¿Qué es la globalización? Es el principal enfrentamiento de nuestros días: el del mercado contra el Estado, el del sector privado contra los servicios públicos, el del individuo contra la colectividad, el del egoísmo contra la solidaridad.
Por todos los medios, el mercado intenta aumentar su campo de intervención en detrimento del Estado. A esto se debe que las privatizaciones se multipliquen en muchos lugares del mundo. De hecho, éstas no son sino transferencias al sector privado de fragmentos (empresas, servicios) del patrimonio público. Lo que antes era gratuito (o barato) y estaba a disposición de todos los ciudadanos de manera igualitaria, ha pasado así a ser de pago ó más caro. Esta gran regresión social ha afectado principalmente a las clases más modestas. Porque los servicios públicos son el patrimonio de aquellos que carecen de él.
La globalización también es, mediante el mecanismo de los intercambios comerciales, la interdependencia cada vez más estrecha entre las economías de numerosos países. Los flujos de las exportaciones e importaciones aumenta con regularidad. Pero la globalización de los intercambios afecta fundamentalmente al sector financiero, dado que la libertad de flujos de capital es absoluta. Lo que hace que este sector domine, de lejos, la esfera económica.
Las personas que poseen fortunas se encuentran, con objeto de rentabilizar su capital, ante la alternativa siguiente: colocar el dinero en bolsa ( en cualquier plaza financiera del mundo, ya que no existen barreras para la circulación de capitales) o invertir en un proyecto industrial (creación de una fábrica de productos de consumo). En el segundo caso, la rentabilidad media es alrededor del 6% al 8% en Europa. En cambio, en el caso de una inversión en bolsa, la rentabilidad puede alcanzar niveles mucho más elevados ( en Francia, en 2006, los mercados bursátiles obtuvieron ganancias del 17.5%, en Alemania del 22% y en España del 33.6%).
Ante diferencias tan marcadas, los titulares del capital ya no aceptan invertir en industria (lugar donde se crea empleo), salvo que les reporte aproximadamente un 15% anual de beneficio. Se ha visto que actualmente la rentabilidad media de este tipo de inversión en Europa es del 6% al 8%. ¿Qué se ha de hacer? Pues bien, invertir en China o en Tailandia, por ejemplo, países en los que, debido a costes muy bajos de mano de obra, la rentabilidad de la inversión puede alcanzar, incluso superar, el 15%. Esta es la razón por la que hoy en día se realizan tantas inversiones, especialmente, en China.
Y como la finalidad de estas prácticas consiste en fabricar a bajo coste en los países pobres para vender a precios muy elevados en los Estados ricos, se genera una avalancha de productos importados de los países-fábrica, que luego se venden, por ejemplo, en Europa. Aquí, compiten deslealmente con los mismos productos que se fabrican en el viejo continente con costes de mano de obra más elevados debido a que la importancia que se da a los derechos sociales de los trabajadores es, afortunadamente, mayor. Consecuencia: las empresas europeas quiebran, y muchas fábricas se ven obligadas a cerrar discretamente y despedir a los trabajadores.
Para sobrevivir, algunos patronos optan por la “deslocalización”, es decir, transfieren su centro de producción a un país con mano de obra barata. Lo que se traduce en el cierre de fábricas y desempleo en países ricos..
La globalización actúa de esta forma como una mecánica de selección permanente bajo el efecto de una competencia generalizada. El capital y el trabajo compiten. Y, como los capitales circulan libremente, mientras que las personas pueden desplazarse en mucha menor medida, es el capital el que gana.
Al igual que los bancos impusieran, en el siglo XIX, sus reglas en numerosos países, o como lo hicieran las grandes multinacionales entre los años sesenta y ochenta del siglo XX, los fondos privados que invierten en los mercados financieros tienen en sus manos, de ahora en adelante, el destino de muchos países. Y, en cierta medida, el devenir económico del mundo.
Los mercados financieros están incondiciones de dictar sus leyes a los Estados. En este nuevo paisaje político-económico, lo global predomina sobre lo nacional, y la empresa privada sobre el Estado. Apenas hay redistribución, y el actor exclusivo del desarrollo es la empresa privada, la única reconocida como competitiva a escala internacional. Y de esta forma la única alrededor de la cual ha de girar todo, tal y como se nos recuerda.
En una economía globalizada, ni el capital ni el trabajo ni las materias primas constituyen, en sí mismas, el factor económico determinante. La importancia recae en la relación óptima entre estos tres factores. Para establecer esta relación, una empresa no tiene en cuenta ni las fronteras ni las normativas, sino solamente la explotación más rentable que pueda obtener de la información, de la organización del trabajo y de la revolución de la gestión. Lo cual entraña a menudo una fractura de las solidaridades en el seno de un mismo país. Se llega así a un divorcio entre el interés de la empresa y el del conjunto del país, entre la lógica del mercado y la de la democracia.
Las firmas globales no se sienten en absoluto concernidas al respecto; subcontratan y venden en todo el mundo; y reivindican un carácter supranacional que les permita actuar con una gran libertad, puesto que no existen, por así decirlo, instituciones internacionales políticas, jurídicas o económicas en condiciones de regular eficazmente su comportamiento.
La globalización constituye así una inmensa ruptura económica, política y cultural. Somete a los ciudadanos a una imposición exclusiva: “adaptarse”. Se ha de renunciar a toda voluntad, para obedecer mejor a las conminaciones anónimas de los mercados. Constituye el fin último del economicismo: construir un hombre “mundial”, vacío de cultura, sentido y consciencia del otro. E imponer la ideología neoliberal en todo el planeta.
Ignacio Ramonet
Informe sobre la Globalización.
Le Monde Diplomatique- Agosto 2007 nº4
Por todos los medios, el mercado intenta aumentar su campo de intervención en detrimento del Estado. A esto se debe que las privatizaciones se multipliquen en muchos lugares del mundo. De hecho, éstas no son sino transferencias al sector privado de fragmentos (empresas, servicios) del patrimonio público. Lo que antes era gratuito (o barato) y estaba a disposición de todos los ciudadanos de manera igualitaria, ha pasado así a ser de pago ó más caro. Esta gran regresión social ha afectado principalmente a las clases más modestas. Porque los servicios públicos son el patrimonio de aquellos que carecen de él.
La globalización también es, mediante el mecanismo de los intercambios comerciales, la interdependencia cada vez más estrecha entre las economías de numerosos países. Los flujos de las exportaciones e importaciones aumenta con regularidad. Pero la globalización de los intercambios afecta fundamentalmente al sector financiero, dado que la libertad de flujos de capital es absoluta. Lo que hace que este sector domine, de lejos, la esfera económica.
Las personas que poseen fortunas se encuentran, con objeto de rentabilizar su capital, ante la alternativa siguiente: colocar el dinero en bolsa ( en cualquier plaza financiera del mundo, ya que no existen barreras para la circulación de capitales) o invertir en un proyecto industrial (creación de una fábrica de productos de consumo). En el segundo caso, la rentabilidad media es alrededor del 6% al 8% en Europa. En cambio, en el caso de una inversión en bolsa, la rentabilidad puede alcanzar niveles mucho más elevados ( en Francia, en 2006, los mercados bursátiles obtuvieron ganancias del 17.5%, en Alemania del 22% y en España del 33.6%).
Ante diferencias tan marcadas, los titulares del capital ya no aceptan invertir en industria (lugar donde se crea empleo), salvo que les reporte aproximadamente un 15% anual de beneficio. Se ha visto que actualmente la rentabilidad media de este tipo de inversión en Europa es del 6% al 8%. ¿Qué se ha de hacer? Pues bien, invertir en China o en Tailandia, por ejemplo, países en los que, debido a costes muy bajos de mano de obra, la rentabilidad de la inversión puede alcanzar, incluso superar, el 15%. Esta es la razón por la que hoy en día se realizan tantas inversiones, especialmente, en China.
Y como la finalidad de estas prácticas consiste en fabricar a bajo coste en los países pobres para vender a precios muy elevados en los Estados ricos, se genera una avalancha de productos importados de los países-fábrica, que luego se venden, por ejemplo, en Europa. Aquí, compiten deslealmente con los mismos productos que se fabrican en el viejo continente con costes de mano de obra más elevados debido a que la importancia que se da a los derechos sociales de los trabajadores es, afortunadamente, mayor. Consecuencia: las empresas europeas quiebran, y muchas fábricas se ven obligadas a cerrar discretamente y despedir a los trabajadores.
Para sobrevivir, algunos patronos optan por la “deslocalización”, es decir, transfieren su centro de producción a un país con mano de obra barata. Lo que se traduce en el cierre de fábricas y desempleo en países ricos..
La globalización actúa de esta forma como una mecánica de selección permanente bajo el efecto de una competencia generalizada. El capital y el trabajo compiten. Y, como los capitales circulan libremente, mientras que las personas pueden desplazarse en mucha menor medida, es el capital el que gana.
Al igual que los bancos impusieran, en el siglo XIX, sus reglas en numerosos países, o como lo hicieran las grandes multinacionales entre los años sesenta y ochenta del siglo XX, los fondos privados que invierten en los mercados financieros tienen en sus manos, de ahora en adelante, el destino de muchos países. Y, en cierta medida, el devenir económico del mundo.
Los mercados financieros están incondiciones de dictar sus leyes a los Estados. En este nuevo paisaje político-económico, lo global predomina sobre lo nacional, y la empresa privada sobre el Estado. Apenas hay redistribución, y el actor exclusivo del desarrollo es la empresa privada, la única reconocida como competitiva a escala internacional. Y de esta forma la única alrededor de la cual ha de girar todo, tal y como se nos recuerda.
En una economía globalizada, ni el capital ni el trabajo ni las materias primas constituyen, en sí mismas, el factor económico determinante. La importancia recae en la relación óptima entre estos tres factores. Para establecer esta relación, una empresa no tiene en cuenta ni las fronteras ni las normativas, sino solamente la explotación más rentable que pueda obtener de la información, de la organización del trabajo y de la revolución de la gestión. Lo cual entraña a menudo una fractura de las solidaridades en el seno de un mismo país. Se llega así a un divorcio entre el interés de la empresa y el del conjunto del país, entre la lógica del mercado y la de la democracia.
Las firmas globales no se sienten en absoluto concernidas al respecto; subcontratan y venden en todo el mundo; y reivindican un carácter supranacional que les permita actuar con una gran libertad, puesto que no existen, por así decirlo, instituciones internacionales políticas, jurídicas o económicas en condiciones de regular eficazmente su comportamiento.
La globalización constituye así una inmensa ruptura económica, política y cultural. Somete a los ciudadanos a una imposición exclusiva: “adaptarse”. Se ha de renunciar a toda voluntad, para obedecer mejor a las conminaciones anónimas de los mercados. Constituye el fin último del economicismo: construir un hombre “mundial”, vacío de cultura, sentido y consciencia del otro. E imponer la ideología neoliberal en todo el planeta.
Ignacio Ramonet
Informe sobre la Globalización.
Le Monde Diplomatique- Agosto 2007 nº4
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